En el siglo XVI, los problemas matemáticos se convirtieron en un espectáculo de masas con grandes premios para los ganadores.
En este ambiente tan competitivo, no es de extrañar que los matemáticos guardaran celosamente sus conocimientos y que, en algunos casos, se portaran muy mal. Girolamo Cardano parecía haber resuelto una ecuación cúbica, pero había robado la solución de un matemático rival, Nicolo Tartaglia. Francia comenzó a retar el dominio italiano sobre las matemáticas con René Descartes, que unificó el álgebra y la geometría, un paso decisivo que cambiaría el curso de esta disciplina para siempre. Le siguió el prodigioso matemático Pascal, quien con tan sólo 12 años, logró demostrar que los ángulos de un triángulo suman dos ángulos rectos. Más tarde el mismo Pascal inventaría una calculadora mecánica y demostró la existencia del vacío. En Inglaterra, Isaac Newton desarrolló una fórmula capaz de explicar las órbitas de los planetas, aunque pasaría el resto de su vida embrollado en una disputa con un matemático alemán sobre quién lo había desarrollado primero.